Muchas veces, cuando me preguntan a qué me dedico y digo “consultora estratégica”, noto que la gente asiente sin saber del todo qué quiere decir eso. A veces me preguntan si hago números, si organizo equipos, si optimizo procesos. Y la respuesta es no —o al menos no exactamente.
No hago planillas para maximizar retornos ni busco ajustar costos. Tampoco soy consultora en operaciones: no me ocupo de producir más en menos tiempo ni de hacer más eficiente el día a día de una planta o un local.
Mi trabajo es otro. Trabajo con la dirección estratégica de una empresa. Acompaño al dueño o al equipo directivo a pensar el negocio desde otra perspectiva: más amplia, más profunda, más conectada con el contexto. Porque cuando estás adentro, en la vorágine del día a día, en la presión de sostener y resolver, cuesta mucho pensar. Cuesta hacerse preguntas de fondo. Cuesta mirar más allá del próximo trimestre.
Mi trabajo, en ese sentido, es transversal. Intervengo en conversaciones que van desde la matriz de producto —qué se ofrece, cómo se estructura, qué se descarta— hasta la definición del mercado —a quién le hablamos, qué consumidor queremos construir, en qué territorio simbólico jugamos.
Trabajo también en lo intangible: la marca, su promesa, su posicionamiento, su valor percibido. Porque sé, por experiencia, que todo eso tiene un impacto real en el negocio. Aunque no se pueda medir con exactitud en una celda de excel, termina afectando las ventas, los márgenes y el crecimiento.
No hablo de dinero, pero pienso en dinero. No llego con una planilla, pero cada decisión estratégica que acompaño tiene por detrás la mirada puesta en el resultado. Porque si una marca no gana más —en valor, en margen, en elección del consumidor—, entonces el trabajo no cumple su objetivo. Y si el trabajo no cumple su objetivo, al cliente no le sirve y a mí, menos.
Muchas veces también acompaño procesos de cambio: de expansión, de redirección, de profesionalización. Ahí, mi rol no es el de una espectadora que “opina”, sino el de alguien que aporta criterio, perspectiva y claridad para decidir. Que ayuda a conectar los puntos. Que pone en palabras lo que a veces el cliente intuye pero no puede formular.
Muchos clientes llegan con la necesidad de un diagnóstico: quieren entender qué está pasando y cómo podrían actuar distinto. A veces ese trabajo es breve y puntual; otras veces, abre la puerta a un proceso más largo. Pero no siempre se trata de grandes proyectos ni de compromisos extensos. A veces todo empieza con una conversación que ordena, revela o destraba algo clave.
No estoy en la operación, y eso me permite tener una mirada más limpia. Estoy cerca. Conozco la industria. Conozco al consumidor. Y entiendo que cada negocio tiene su historia, su complejidad y sus propios desafíos.
Sé que el valor del trabajo que hago es más difícil de medir, porque no se traduce directamente en una reducción de costos o un aumento inmediato de unidades vendidas. Pero también sé que, en este contexto, donde todo se acelera y se empareja, el diferencial no está en hacer más de lo mismo, sino en saber quién sos, qué ofrecés y por qué alguien te elegiría. Esa claridad estratégica es lo que trabajo con mis clientes.
Por eso creo en lo que hago. Y por eso entiendo que hoy, más que nunca, los negocios necesitan una mirada externa que piense con ellos, pero desde otro lugar. Que no venga con fórmulas preestablecidas, sino dispuesta a construir respuestas propias. Y que ayude a tomar decisiones que hagan que el negocio no solo funcione hoy, sino que tenga sentido mañana.