Aunque la polarización política global y la fragmentación en la industria de la moda parecen temas distintos, ambos reflejan procesos sociales, culturales y económicos similares, producto de tensiones que dividen a la sociedad en extremos. En este contexto, el centro, tanto en política como en el consumo de moda, está perdiendo terreno, dando paso a una creciente fractura.
En la moda, la clase media, antes el motor de la demanda masiva, está desapareciendo. El lujo sigue siendo inaccesible para la mayoría, representando una élite pequeña, mientras que el fast fashion (Zara, H&M, Termu y Shein) domina el mercado para las grandes mayorías, aunque a costa de sostenibilidad y calidad. Este fenómeno refleja una economía desigual, donde las élites disfrutan de productos exclusivos y la mayoría se ve atrapada en opciones descartables.
Este patrón tiene su paralelo en la política: los partidos tradicionales pierden apoyo mientras los extremos ganan terreno. Los votantes se sienten marginados por las soluciones centradas, lo que impulsa el auge de propuestas radicales que prometen romper con el sistema y abordar la frustración popular. En muchos casos, la política se convirtió también en una forma de consumo: los votantes eligen ideologías y partidos como si fueran marcas que representan su estilo de vida, su identidad y sus valores, lo que refuerza la lógica del “yo versus ellos” en lugar del diálogo y el consenso.
La polarización también afecta el concepto de valor. En la moda, las marcas de lujo están abandonando los logos ostentosos, buscando un estatus más reservado y exclusivo. En política, los votantes priorizan opciones que se alineen con sus intereses personales y sus identidades grupales, reforzando la polarización al rechazar el consenso en favor de la exclusividad.
Además, el intento de “democratizar” ciertos productos de lujo, (como las colaboraciones de Louis Vuitton con Supreme o Miu Miu con New Balance), hace que los símbolos de exclusividad sean más visibles, pero siguen siendo inaccesibles para la mayoría, reforzando las divisiones de clase. En política, los partidos extremos también se presentan como “auténticos” y cercanos al pueblo, pero sus propuestas suelen profundizar la fragmentación social y política, manteniendo las brechas ideológicas. Esto refleja la tendencia a la “exclusión inclusiva”, donde algo que se presenta como accesible y abierto se convierte en un nuevo mecanismo de segregación.
Finalmente, tanto en moda como en política, la búsqueda de identidad y distinción juega un papel crucial. En la moda, los consumidores eligen productos que reflejan sus valores y aspiraciones personales, mientras que en la política, los votantes se alinean con ideologías que les permiten sentirse parte de un grupo mayor. Esta necesidad de pertenencia refuerza las nuevas élites, ya sea en el consumo o en el poder político.
¿Cómo Sobrevivir en un Mundo Polarizado?
Lo más preocupante de este fenómeno es cómo el centro, tanto en la moda como en la política, se está desvaneciendo. En la moda, muchas marcas que históricamente representaban a la clase media aspiracional ahora enfrentan un dilema existencial. Estas marcas solían ocupar un espacio intermedio entre el lujo inaccesible y la moda rápida, pero la polarización las está dejando fuera de juego. Esto es aún más evidente en la era digital, donde el mercado se fragmenta aún más, creando nichos de consumidores que buscan productos muy específicos, pero a la vez, hay una aceleración en el “cambio de identidad” de las marcas, que ahora deben navegar entre la rapidez del consumo digital y la necesidad de construir una narrativa coherente y auténtica.
Si este patrón sigue, la fragmentación será aún más profunda. Las marcas que antes se dirigían a una clase media ahora se ven atrapadas entre dos extremos, mientras el mercado de consumo se polariza más. El desafío para estas marcas es encontrar un equilibrio entre mantener su identidad y adaptarse a un mundo en el que las opciones extremas parecen dominar. Además, la manera de comunicar esta identidad debe ser igualmente polarizante. En lugar de tratar de complacer a todos, las marcas deben ser claras sobre quiénes son, qué creen y qué defienden. Hoy, la forma de ganar nitidez en la comunicación no está en suavizar los mensajes o en evitar posturas, sino en adoptar un punto de vista contundente y genuino, que le hable al público de forma real y directa. No se trata de imponer una ideología, sino de ser auténticos y transparentes acerca de lo que representan.
La supervivencia en un mundo polarizado no es una opción, es una cuestión de adaptarse o desaparecer. Las marcas que quieran mantenerse relevantes deberán ser capaces de innovar con audacia, diferenciarse de manera clara y adoptar una postura firme, sin traicionar su identidad. En un panorama cada vez más fracturado, donde el centro se desintegra y la mediocridad no tiene cabida, quienes no se atrevan a definirse corren el riesgo de volverse irrelevantes culturalmente, absorbidos por la marea de extremos que dominarán el mercado. En este contexto, la única forma de sobrevivir será ser implacables en la autenticidad de su propuesta y en la claridad de su mensaje.