Culturalmente, hoy estamos presenciando un fenómeno de cambio tan importante como el que se dio hace décadas cuando el prêt-à-porter desplazó a la alta costura para cambiar el negocio de la moda para siempre. Es fascinante conectar y entender distintos momentos culturales de la historia para comprender los cambios presentes y tratar de prospectar cómo será el futuro.
Tras el auge de la alta costura en el siglo XX, los años 60 vieron el surgimiento del prêt-à-porter, un fenómeno que democratizó la vestimenta, haciendo accesibles los diseños de calidad a un público más amplio. La caída de la alta costura estuvo intrínsecamente relacionada con la aparición de nuevos focos creativos, así como con la multiplicación y descoordinación de los criterios de moda, antes unificados por un sistema homogéneo. La ambición común de la alta costura era encarnar, de modo supremo, la elegancia del lujo y otorgar valor a una feminidad idealizada. Sin embargo, a lo largo de los años sesenta y setenta, ese consenso estético fue pulverizado por el desarrollo del sportswear y las modas jóvenes marginales, dando lugar a un patchwork de estilos dispares, influenciado, por supuesto, por la aparición del arte moderno y la experimentación multidisciplinaria.
Gilles Lipovetsky lo describe muy bien: “Así es la moda abierta, la segunda fase de la moda moderna, con sus códigos heteromorfos y su no-creatividad, cuyo ideal supremo es lo que hoy llamamos look”. Esta transformación ha dado lugar a un fuerte impulso individualista en la apariencia, celebrando la singularidad, la teatralidad y la diferencia.”
¿Y Hoy?
En la actualidad, al igual que en los años 60, estamos presenciando otro cambio significativo en la cultura y en el negocio con la aparición de una nueva clase social: la “clase creativa”, que transforma nuevamente las reglas del juego y redefine el papel de la moda en la sociedad. Compuesta por diseñadores, creadores de contenido, influencers, tecnólogos, asesores de moda, artistas digitales, emprendedores y muchos otros, esta clase tomó un lugar central en la configuración cultural y económica actual.
En este nuevo contexto, la moda dejó de orientarse únicamente hacia la expresión individual o el consumo masivo; ahora se integra profundamente con la creatividad, la innovación y el valor simbólico que genera este grupo. La moda actual se encuentra influenciada por la economía creativa, donde las marcas no solo conectan con el consumidor a través de productos, sino también mediante experiencias, significados culturales y narrativas. Esta lógica prioriza la originalidad, la innovación y el capital cultural por encima de la producción en masa.
Lo que observamos, por tanto, es una continuidad en la democratización de la moda identificada por Lipovetsky, pero bajo una nueva forma: ya no son solo la juventud o las masas quienes influyen en las tendencias, sino una élite cultural que pone el foco en lo simbólico y lo intangible. Las marcas buscan vincularse con esta clase creativa y con consumidores que valoran lo auténtico y lo único. En este sentido, saber es más importante que tener, un gran cambio de paradigma que las empresas deben comprender para poder conectarse culturalmente con la sociedad.
Además, la moda actual refleja un enfoque inclusivo y menos jerárquico, donde se disuelven las barreras tradicionales de género y estatus. La ropa holgada, grande y cómoda simboliza esta nueva visión, en la que la distinción entre lo masculino y lo femenino se diluye en favor de una moda más abierta y accesible. Este movimiento hacia una moda fluida y funcional coincide con una creciente valoración del bienestar personal, donde el cuerpo y la comodidad ocupan un lugar central.
En este nuevo escenario, la moda deja de ser simplemente una forma de vestirse para el trabajo o el ocio; se convierte en una manifestación de un estilo de vida donde ambos ámbitos están profundamente interrelacionados. La moda ya no es un fin en sí misma, sino un medio para expresar una forma de estar en el mundo: creativa, flexible, inclusiva, funcional y, sobre todo, en constante cambio.
En este contexto contemporáneo, la moda se manifiesta como un espejo que refleja las dinámicas sociales y culturales de nuestra época. No es simplemente un conjunto de tendencias efímeras, sino un fenómeno que encapsula las luchas por la identidad, la inclusión y la resistencia ante las estructuras de poder. La moda se convierte así en un campo de batalla simbólico donde se negocian valores, significados y aspiraciones.
La clase creativa no solo redefine qué es la moda; también desafía las narrativas tradicionales de éxito y estatus. En un mundo saturado de información, el valor se desplaza de la posesión material a la autenticidad y a la capacidad de crear conexiones significativas. La búsqueda de la individualidad se convierte en un acto de reivindicación cultural, donde cada elección de vestimenta se transforma en un mensaje de pertenencia y un rechazo a la homogeneización del gusto.
A través de esta lente, la moda también revela las tensiones entre lo global y lo local, lo masivo y lo individual. La moda se democratiza, pero a su vez, se fragmenta, creando nichos donde surgen microculturas que celebran la diversidad en todas sus formas. Las marcas que entienden este paisaje son las que logran resonar en un público que busca no solo consumir, sino también participar en un diálogo cultural más amplio.
En esta interconexión entre moda y sociedad, se nos invita a reconsiderar nuestro papel como consumidores y creadores. La moda se convierte en un vehículo para la activación social, donde cada elección puede ser una afirmación de valores y una declaración de intenciones. En un mundo que avanza hacia un futuro incierto, la moda no solo sigue las tendencias, sino que emerge como un poderoso agente de transformación social, capaz de moldear una cultura en constante cambio. Refleja no solo las dinámicas y aspiraciones de nuestra sociedad, sino que también desafía narrativas establecidas y abre espacios para nuevas formas de expresión e identidad.