En mi trabajo como consultora, observo que la industria de la moda y retail en general atraviesan un momento de inflexión. Estamos en un mercado sobresaturado, donde los consumidores no solo están hiperconectados, sino que también exigen relevancia y autenticidad constante. Esto lleva a muchas marcas a depender de estrategias centradas en seguir tendencias o confiar exclusivamente en estudios creativos para diferenciarse. Sin embargo, este enfoque, aunque efectivo a corto plazo, ya no alcanza para mantener una conexión real con las audiencias.
Lo que realmente marca la diferencia es una estrategia de influencia cultural. Este enfoque va más allá de lo superficial: no se trata de imitar modas pasajeras ni de lanzar campañas llamativas. Se trata de entender, desde una perspectiva social, las dinámicas que moldean la demanda. ¿Qué valores, aspiraciones y preocupaciones impulsan a los consumidores? ¿Cómo puede una marca conectar de forma auténtica y significativa con ellos?
La creatividad sigue siendo importante, pero no suficiente. Muchas propuestas innovadoras quedan cortas cuando no están respaldadas por una estrategia sólida que integre las tendencias culturales y sociales. No alcanza con comunicar algo atractivo, es fundamental comprender qué comunicar, cómo hacerlo y, sobre todo, por qué esa narrativa resonará con las personas.
Para mí, la clave está en ayudar a las marcas a trascender su rol transaccional y convertirse en símbolos culturales. Esto exige mucho más que seguir tendencias, requiere construir una conexión profunda con el imaginario colectivo de su audiencia. Significa ser una marca que no solo observa los cambios culturales, sino que los influencia.
Hackear la cultura
Este concepto, que desarrollo frecuentemente en mi trabajo, apunta a la capacidad de no solo adaptarse al entorno cultural, sino de transformarlo. Las marcas que “hackean” la cultura no se limitan a participar en la conversación; la lideran, desafían las normas y crean nuevas narrativas que las personas adoptan como propias.
Hackear la cultura no es tarea sencilla. Implica un entendimiento profundo de los valores emergentes, las tensiones sociales y los comportamientos que definen el presente. Requiere una visión estratégica que no solo considere las métricas inmediatas, sino también el impacto simbólico que la marca puede generar en la vida de sus consumidores.
En un mercado lleno de opciones, planteo una pregunta clave para hacer frente a este contexto: ¿Cuál es la estrategia de influencia cultural de la marca y cómo se operacionaliza? Sin esta respuesta, es difícil construir relevancia cultural que, a su vez, maximice los resultados comerciales.
La experiencia demuestra que, para vender más y a un precio superior, las marcas necesitan primero establecer influencia cultural en su mercado. Esto no se logra con tácticas superficiales ni con creatividad aislada; requiere un conocimiento profundo de las audiencias, sus valores y aspiraciones, y traducir ese entendimiento en una conexión auténtica y duradera.
El verdadero desafío no es solo captar la atención, sino convertirse en una marca que importe, inspire y lidere. Las marcas que alcanzan este nivel de influencia no solo logran éxito comercial, trascienden y se consolidan como referentes culturales en un mercado cada vez más saturado y competitivo.