La velocidad de los cambios se está acelerando cada vez más en las últimas décadas, lo percibimos en los avances de las industrias y en la vida cotidiana. No hay un modo exacto de medir los cambios y, además, la complejidad del contexto dificulta esta lectura ya que no existe un solo cambio sino varios que convergen y crean un nuevo escenario (o un cambio mayor que los contiene).
El futurólogo Alvin Tofler explica en su libro La Tercera Ola que todas las cosas, desde un virus hasta la galaxia más grande, no son en realidad cosas, sino procesos, por lo tanto no hay un punto estático o una inmutabilidad que sirva para ver y medir el cambio de manera certera, además el cambio es relativo y desigual, ya que todos los cambios se desarrollan en distintas velocidades, e incluso se aceleran y frenan descoordinadamente.
A modo de parámetro, sabemos que la evolución biológica de las especies es más lenta que la evolución cultural y social. También sabemos que algunas sociedades se transforman tecnológica y económicamente más rápido que otras, es precisamente la desigualdad del cambio lo que nos permite medirlas, pero nada más.
Una manera de captar la significación del cambio es observar el crecimiento económico de los países del primer mundo. Esto llevado al consumo nos muestra que la producción de productos se multiplica varias veces. Hoy, un adolescente tiene muchas más cosas que sus padres a la misma edad y ni hablar al compararlo con lo que tenían sus abuelos. Todo esto tiene un impacto social y psíquico muy importante en la forma de consumir y en las creencias de las personas.Detrás de todos estos cambios se encuentra la tecnología. Con esto no quiero decir que la tecnología sea la única fuente de cambio en la sociedad, los avances tecnológicos son el motor, pero el conocimiento de las personas es el combustible. Los cambios tecnológicos están precedidos por cambios a nivel social (la tecnología está creada y diseñada por personas) y luego cuando esa tecnología baja a la sociedad se vuelve a producir un nuevo cambio al adoptarla. Los cambios tecnológicos y sociales son bidireccionales, pero la tecnología es el acelerador.
Moore explica que la innovación tecnológica se compone de tres fases enlazadas entre sí que se refuerzan a modo de círculo:
-Primero está la idea
-Segundo la aplicación
-Tercero la difusión en la sociedad
El proceso termina y se cierra el círculo cuando la difusión de la tecnología trae a su vez otras nuevas ideas (o nuevos cambios).
¿Qué sucede en la actualidad?
Hoy, se necesita mucho menos tiempo para llevar al mercado una nueva idea, también menos tiempo para difundirla, por lo que, la segunda y tercera fase de Moore -aplicación y difusión- se reducen drásticamente y el ritmo de difusión se está acelerando con una rapidez asombrosa. Las innovaciones tecnológicas no combinan y recombinan dispositivos y tecnologías solamente. Los nuevos dispositivos también impactan en cambios sociales, filosóficos y hasta psicológicos. Alteran todo el medio intelectual del hombre, su manera de pensar y su visión del mundo.
Nos (mal)acostumbramos a que la aceleración del cambio se traduzca en una aceleración interna alterando nuestro equilibrio interior y nuestra experiencia con las cosas. Hoy, la aceleración del cambio abrevia la duración de muchas situaciones como el ciclo de vida de los productos y la vivencia de las experiencias. Comparada con la vida de hace unas décadas, donde todo cambiaba con menor rapidez, hoy, en el mismo período suceden infinidad de situaciones más, lo que implica profundas modificaciones en nuestra psicología. Esto explica la sensación sofocante que muchas veces tenemos frente a la complejidad que envuelve la vida cotidiana.
Dentro del ámbito de las empresas, la aceleración general se traduce en un cambio en los modelos de negocios y un cambio social en las estructuras de poder entre los consumidores y las organizaciones. Por esto, es imprescindible repensar el modelo de negocio, el rol del consumidor y el lugar del producto en la estrategia. La parte difícil es la velocidad a la que estamos sometidos en toda nuestra vida que nos quita espacio de reflexión para repensar estos temas con la atención que merecen.
El futuro no es algo que viene, sino el lugar hacia el cual nos dirigimos. Es muy distinto pensarlo de una u otra forma. En el segundo caso nos interpela como protagonistas, como agentes de cambio, por eso, contemplar el espacio necesario para estar informados y poder conectar las distintas variables que se superponen y crean nuevos escenarios se transforma en prioridad. Eso requiere tiempo, dedicación y esfuerzo. Comprender es esencial, pero no es fácil, se necesita paciencia y experiencia para aportar una nueva solución a un viejo problema. La experiencia cuesta, pero es valiosa. Y la historia no se repite, pero rima.
El futurólogo Alvin Toffler lo expresó muy bien hace décadas: “Para sobrevivir y evitar lo que hemos denominado el shock del futuro, el individuo debe convertirse en un ser infinitamente más adaptable y sagaz que en cualquier tiempo anterior. Debe buscar nuevas maneras de fijarse, pues todas las viejas raíces (religión, nación, comunidad, familia o profesión) sienten ahora la sacudida del impacto huracanado del impulso acelerador. Sin embargo, antes de que pueda hacerlo, debe comprender más detalladamente la manera en que los efectos de la aceleración influyen en su comportamiento y en su existencia”